Dean Ladra pero no Muerde
Rachas de aire y bochorno asfixiante junto con truenos espectaculares, negro panorama se intuía en la lejanía con la llegada del huracán Dean en la costa de la península de Yucatán.
Toda esta tensión se fue convirtiendo en alivio para los turistas que habían venido en busca de sol, paz y tranquilidad a esta zona del continente americano, cuando se supo que el Dean golpearía más al sur y dejaría las rachas de 300 kilómetros por hora para zonas descampadas o del interior.
Entonces hubo un momento de euforia donde italianos, franceses y españoles festejaban la noticia tomando posiciones en las barras de los bares y remojando sus penas con tequila, cubalibres y algún que otro cóctel de la zona, pese a que el toque de queda siguiese vigente.
A las nueve de la noche, ordenadamente se fueron repartiendo bolsas de alimentos (compuestas por cuatro bocadillos, una cajita de cereales, fruta, zumos y una botella de litro y medio de agua).
El huracán Dean golpeó las persianas anticiclónicas con las que están protegidas las habitaciones con ráfagas de aire muy fuertes, pero no se fue la luz, ni el agua, ni el teléfono. Todo funcionó perfectamente, síntoma de que el huracán se apiadaba de los visitantes europeos.
Más que admirable la dedicación y la entrega de los operarios, no sólo por restablecer el orden en el servicio, sino por la forma en la que intentaban ayudar a sus familias, ya que muchos trajeron a sus seres queridos al recinto. Para aquellos que no pudieron, la preocupación por saber cómo estarían sus hijos o sus padres era patente. De ahí que al terminar su turno, todos viajaran hasta las poblaciones más afectadas para ofrecer ayuda para retirar los escombros provocados por los vientos huracanados.
Fuente: El Pais
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